"The Perfect Basket" by an Anonmous High School Student
I hugged my grandmother and ran after my sister. At school I met my friends to go to our classroom and get ready to go out and sing. My sister left with her friends. At that moment my heart was beating faster than normal, it was as if I had run a marathon. My friend, Paola, came up to me and said, “Don’t worry, everything will be all right. Also, remember that your mom will be here.”
I looked at her with tears in my eyes and whispered in her ear, “You know, I don’t know my mother. I’ve only seen her in a few photos. I don’t even know if I’ll be able to recognize her.”
The music teacher came in and told us, “Everything is going to be okay. Relax. We’re ready for this. Now let’s go out and demonstrate everything we’ve practiced.”
After the principal was done speaking and welcoming us, we went on stage and formed rows, and since I was one of the small students in the group they put me in the front row. My friend held my hand tightly as we sang. I couldn’t help moving my eyes. My eyes were only looking for my mother, the woman I had only seen in photographs, but never in person. My heart would break into pieces every time I would see her memorized image in my mind. The only person I saw was my sister, Fernanda, who was applauding me. There was no one else from my family.
At that moment many questions came to my mind: Why isn’t my grandmother here? Did she go to pick up my mother? Maybe they’re sitting on the other side? Then I started to look closely at every corner, but there was no one there. I was so confused. I didn’t know what to do. I just wanted to run away and scream as loudly as I could. My eyes filled with tears, but my mind told me, You can’t cry, everyone is looking at you. Immediately, those tears vanished in the darkness of my soul.
After the performance, the teacher invited everyone to go to their children’s classrooms. He then called us to the hallway and gave us the baskets to give to our mothers. All my classmates came in and gave their baskets to their mothers or their representatives. I raised my head waiting to see my mother or at least my grandmother, but what I saw was all the parents hugging their children, congratulating them and thanking them for their baskets. I lowered my head again to look at my basket, the basket that I had made with so much effort and love. I had the best basket, but what good was it if I didn’t have someone to give it to. My tears fell on the candy in the basket as I walked down the hallway in search of a corner. When I found one I sat down and cried. I could feel my heart shrinking, and an intense pain piercing through its fragile walls, filling it with anger, hatred, and frustration.
A few hours later my grandmother and aunts arrived; when it was all over. I was sitting in the hallway when they called for me. On my way down I saw my sister playing with her friends. I got closer and told her, “Nana, Mama Rosa is here, let’s go.”
My sister came, hugged me and said, “Your basket looks beautiful.”
“Thanks,” I said with a fake smile.
When we got home, my grandmother just hugged me; I suppose my puffy eyes said it all. Once at the house, she sat next to me. She didn’t say anything, she just sat next to me to watch the birds and the blue sky with me, to watch as the puppies played, and to watch the river that wasn’t far from my house. In my hand, I held a purple dahlia, remembering what my grandmother once told me. She said that my parents would come back by airplane. When I was younger, I used to run behind the airplanes shouting at them, “Mom! Dad! I’m here! Don’t go! Get off quickly!” But they never arrived.
My grandmother got close to me and said, “Darling, don’t be sad, your mother will come someday, maybe something happened.”
In a shaky voice I replied, “Yeah sure, someday, when I’m dead.”
My grandmother hugged me and cried with me. She then said, “I’m sorry for not arriving sooner, but I had to go to you aunts’ school and your brother’s school.”
We went in the house after that. The only thing I remember is that I got up in the middle of night. I’d fallen asleep. I went down to the kitchen and heard my grandma talking with my sister about Maria. I sat on the steps and started looking at the stars while I asked God to take me with him. In silence I cried and said, God, why did you bring into this world? Why did you let me be born? I never asked to come to this world. I hate this life. I hate you, Maria. Why did you have me and leave me? God, I don’t want to be here anymore, please, take me with you. I just want to sleep and not wake up.
After that, I returned to my room and looked for a necktie, which I used to tie around my neck; just like my uncle did. When I was done, I went to sleep hoping to not wake up.
“La canasta perfecta”
Yo abracé a mi abuelita y fui detrás de mi hermana. Al llegar a la escuela me encontré con mis compañeras para irnos a nuestra aula a prepararnos para salir a cantar. Mi hermana se fue con sus amigas. En ese momento mi corazón palpitaba más rápido de lo normal, era como si hubiera corrido una maratón. Mi amiga Paola se acercó y me dijo:
–Tranquila, todo saldrá bien, además recuerda que tu mamá estará aquí.
La miré con los ojos llenos de lágrimas y le susurré al oído:
–¿Sabes…? yo no conozco a mi madre, sólo le he visto en algunas fotos, ni siquiera sé si la voy a poder reconocer.
El profesor de música entró y nos dijo:
–Chicos, todo nos saldrá bien. Tranquilos. Estamos listos para esto. Ahora salgamos y demostremos todo lo que hemos practicado.
Después de que el director de la escuela terminó de hablar y de dar la bienvenida, nosotros salimos al escenario y nos formamos en filas, y como yo era una de las estudiantes pequeñas del grupo me pusieron en la primera fila. Mi amiga me sujetó fuerte la mano mientras cantábamos. Yo no podía evitar mover mis ojos, mis ojos que sólo buscaban a mi madre, a la mujer que sólo había visto en fotografías pero nunca en persona. Mi corazón se caía en pedazos cada vez que no veía ese rostro grabado en mi mente. A la única persona que vi era mi hermana, Fernanda, que me aplaudía, pero al lado de ella no había nadie más de mi familia.
En ese momento muchas preguntas vinieron a mi cabeza… ¿por qué no está mi abuelita? ¿Será que fue a traer a mi mamá? ¿Ó será que están sentadas en otro lugar de la escuela? Entonces empecé a mirar detalladamente en cada esquina pero no había nadie. Yo estaba tan confundida, no sabía qué hacer, sólo quería salir corriendo y gritar lo más fuerte posible. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero mi mente me decía, no puedes llorar, todos te están mirando. En seguida, esas lágrimas se desvanecieron en la oscuridad de mi alma.
Al terminar el evento, el director invitó a todos a pasar a las aulas correspondientes de sus hijos. Después de eso, el profesor nos llamó al pasillo y nos fue a entregar las canastas para que se las diéramos a nuestras madres. Todos mis compañeros entraron y les dieron la canasta a sus mamás o a sus representantes. Yo alcé mi cabeza esperando ver a mi madre o por lo menos a mi abuelita, pero lo que miré fue a todos los padres abrazando a sus hijos, felicitándolos y agradeciéndoles por la canasta. Yo agaché nuevamente mi cabeza con la mirada en mi canasta. La canasta que yo había hecho con tanto esfuerzo y amor. Yo tenía la mejor canasta, pero eso de qué servía si no tenía a quién dársela. Mis lágrimas caían sobre los dulces mientras yo caminaba al pasillo en busca de un rincón. Al llegar a una de las esquinas del pasillo me senté a llorar. Yo podía sentir cómo mi corazón se encogía y un dolor muy intenso traspasaba sus paredes frágiles, llenándolo de rabia, odio y frustración.
Después de algunas horas, mi abuelita y mis tías llegaron; ya cuando todo había terminado. Yo estaba sentada en el pasillo cuando ellas me dijeron que bajara. Entonces bajé y vi a mi hermana jugando con sus amigas. Yo me acerqué y le dije:
–Nana, mami Rosa ya llegó, vamos.
Ella vino, me abrazó y me dijo:
–Te quedó muy bonita la canasta.
–Gracias –le dije con una sonrisa falsa.
Al llegar donde mi abuelita, ella sólo me abrazó, supongo que mis ojos hinchados lo dijeron todo. Al llegar a la casa, mi abuela se sentó a mi lado. Ella no dijo nada, sólo se sentó a mi lado a observar, junto conmigo, los pájaros en el cielo azul, mirar cómo los cachorros jugaban también. Miramos también el río que no estaba muy lejos de mi casa. Yo estaba con una dalia morada en mi mano recordando lo que mi abuelita nos dijo. Ella dijo que mis padres iban a regresar en un avión, y cuando yo era una niña solía correr detrás de los aviones gritándoles:
–¡Mamá! ¡Papá! ¡Aquí estoy! ¡No se vayan! ¡Bájense rápido!
Pero ellos nunca llegaron. Mi abuela se acercó y empezó a decir:
–Hija, no estés así, tu mamá vendrá algún otro día, a lo mejor pasó algo.
Yo le dije con voz temblorosa:
–Sí, claro, algún otro día cuando yo ya haya muerto.
Mi abuela me abrazó y lloró conmigo. Después me dijo:
–Lo siento, por no haber llegado pronto pero es que tenía que ir a la escuela de tus tías y de tu hermano.
Después de eso entramos a la casa. Lo único que recuerdo es que me levanté en la noche. Me había quedado dormida. Bajé a la cocina y escuché a mi abuelita hablar con mi hermana sobre la María. Yo mejor me quedé sentada en las gradas y empecé a mirar las estrellas mientras le pedía a Dios que me llevara a su lado. En silencio lloraba diciendo, Dios, ¿por qué me mandaste al mundo? ¿Por qué dejaste que naciera? Yo nunca pedí venir a este mundo. Odio esta vida. Te odio, María, ¿por qué me tuviste si no ibas a estar conmigo, si no ibas a cuidarme ó darme cariño? ¿Por qué me tuviste y me dejaste? Dios, ya no quiero estar aquí, por favor, llévame a tu lado. Sólo quiero dormir y no despertar.
Después de eso, regresé a mi cuarto y busqué una corbata, la cual utilicé para amarrarla alrededor de mi cuello, así como mi tío lo hizo. Al terminar me acosté a dormir esperando no despertar.